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Diario de un Maltrato

Paliza en la Estación

Un día me presenté a una oposición del estado, y tuve que ir a hacer un examen al otro lado de mi ciudad.

Pero por supuesto no fuí sola, él me acompañaba a todas partes, porque no me dejaba salir a ningún sin él.

LLegamos al centro de examenes, y yo estaba algo nerviosa, pues había mucha gente y era difícil mantenerse aislada y sin mirar a nadie, como ya me había adiestrado él previamente. Una vez en la fila para entrar a la sala, un chico se me acercó a preguntarme si estaba en la fila indicada, pues había varías filas dependiendo de la primera letra de tu apellido. Yo cordialmente le conteste que estaba en el sitio equivocado. Se me escapó una sonrisa después de contestarle, cuando me dió las gracias. Mi novio me miró con su cara de loco habitual cuando le daba un ataque de celos, y me dijo susurrandome al oído que ya me esperaría mi castigo después del examen.

Lógicamente ya no me pude concentrar en el examen, el miedo me dejó bloqueada y sólo podía pensar en qué pasaría después.

Cuando se agotó todo el tiempo para entregar el examen salí hacía fuera, y cuando le encontré todavía podía ver en sus ojos el rencor. Obviamente allí no pudo hacer nada, pues estaba todo lleno de gente, pero me dijo que cuando llegasemos a su pueblo, a su territorio, que me iba a enterar.

Cogimos un tren, y no hacía nada más que aterrarme con sus amenazas e insultarme por lo atrevida que había sido al sonreír a aquel chico. Cuando faltaban cinco o seis paradas para llegar al destino, antes de que se cerraran las puertas, salí del tren corriendo, con la mala suerte, de que a él también le dío tiempo a bajar.

La parada desgraciadamente, estaba desierta, no había nadie alrededor, era una zona de pisos que estaban construyendo y no se veía un alma. Esperó a que se marchara el tren, mientras yo corría hacía la otra punta del andén, me perseguía como un loco, le salía espuma de la boca, estaba rabioso. Yo sin mirar crucé las vías, sin pensar en que otro tren me podría haber atropellado,  pero por allí no había salida. Me alcanzó, y me dío varios puñetazos en la cabeza, me dejó totalmente aturdida, me dolía tanto el golpe y estaba tan aterrada, que no me dí cuenta, ni él tampoco, que corriendo se acercaron los vigilantes de seguridad de la estación, que estaban en un cuarto mirando por las cámaras y al ver la agresión acudieron a ayudarme.

Nos separaron, a él le retenían como podían y yo apenas podía dejar de llorar, los vigilantes fueron muy amables conmigo e intentaron converceme para que le denunciara, llamaron a la polícia, que se presenció también en la estación, y los agentes  intentaron convencerme de que le denunciase, sin embargo yo estaba muy asustada, pensaba en las consecuencias que tendría la denuncía, y a la vez me asaltaba el sentimiento de compasión y pena hacía él.

Decidí no denunciar, cosa de la que me sigo arrepintiendo a día de hoy.

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